Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 20 de abril de 2012

Esos locos bajitos


Recuerdo mi primera experiencia en un vuelo transcontinental. Si dijera transoceánico sería la primera y la última, pero siendo entre continentes puedo hacerme la ilusión de haber viajado más. El caso es que doce horas en la cabina de un DC-10 de Iberia se me hicieron interminables. Comer tres veces a bordo, y salir a la una del medio día y llegar a las tres de la tarde gracias a los cambios horarios, son momentos que tardan en olvidarse.

Pero si alguien se lo pasó “pipa” en aquel vuelo medio vacío fue la poco más de media docena de chavales que se “fumaron” las horas jugando a indios y vaqueros —o cualquier otra variante— entre las enormes filas vacías del avión.

Al paso que vamos, esta imagen se va a terminar...

Vivimos en unos tiempos en los que los niños molestan, incordian, incomodan. Lo hacen desde antes de nacer contraviniendo deseos, planes, opciones. Lo hacen después de nacer impidiendo trabajos, oportunidades, ascensos. Lo hacen cuando crecen y obligan a gastos, condicionan vacaciones y acortan los viajes.

Del primer problema ya se han ocupado legisladores y autoridades con planificaciones familiares y homicidios legalizados. Perdón, debí decir abortos. Aunque ellos preferirían que los llamase interrupciones del embarazo. Por cierto, señor ministro, ¿sabe cuántos han muerto ya entre su anuncio de modificación de la ley y su no hacer nada todavía? ¡Anóteselos en su cuenta! Literalmente, ésta es una cuestión de vida o muerte.

Del segundo problema nos hemos ocupado nosotros mismos renunciando a los niños o depositándolos en las amorosas manos de abuelos, niñeras, canguros o guarderías. Son las reglas de una sociedad que hemos construido entre todos, a la que no renunciamos, y que exige este precio, entre otros. Por cierto, ¿para cuándo una correcta aplicación de la conciliación familiar y políticas que la favorezcan? ¿Cuando algunos empresarios dejarán de ser “inductores” de no pocos abortos y “aparcamientos” de bebés? ¡Anótenselos también ustedes en su cuenta!

En el tercer problema, los viajes, algunas compañías aéreas han comenzado a tomar cartas en el asunto. De hecho, hace tiempo que ya existen vuelos —de bajo coste y regulares— donde, de alguna manera no discriminatoria, se impide viajar a familias con niños. Reflejo de esa visión de locos y bajitos molestos, una compañía canadiense lanzó una promoción en broma —menos mal— el pasado 1 de abril (el día de los inocentes anglosajón), de un nuevo servicio, llamado Kargo Kids, en el que los padres registran a sus hijos como equipaje y éstos son enviados junto con las maletas a la bodega del avión. Muy en la línea de Herodes, ¿no?

Bromas aparte, las molestias de los niños durante los viajes tienen los días contados. Malaysia Airlines propone separar la cabina en vuelos de larga duración. Otras compañías, como Gulf Air y Emirates, ofrecen a los pasajeros servicios gratuitos de niñeras en el vuelo que incluyen desde ayudar con la alimentación hasta entretener a los niños mientras los padres ven una película. La cosa ha llegado hasta la creación de una web (Nanny in the clouds) que pone en contacto a familias y niñeras que puedan viajar en un mismo vuelo.

Quizá no sean malas soluciones, pero ¿de verdad son tan molestos los niños? ¿De verdad ya no tenemos ni tiempo ni ganas para ocuparnos de ellos? ¿De verdad ya no sabemos disfrutar de ellos al completo, a tiempo completo?

Disculpen, pero no. Más que molestar, creo que lo que tenemos es envidia. La de no tener ojos nuevos y limpios, toda la vida por delante, y la capacidad y frescura de aprovechar las ocasiones que nos brinda la vida, como lo hicieron aquellos pequeños batallando entre las filas del avión con que les entretenía al principio. Nos cuesta observar la felicidad de otros si no podemos disfrutarla en el mismo grado o mayor...

Los niños nos recuerdan quiénes fuimos y renunciamos a ser. Y efectivamente, eso sí molesta. ¡Que se lo digan a Dorian Gray! Un niño no hace enfrentarnos a aquello en lo que nos hemos convertido.

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