Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 19 de octubre de 2012

Tentaciones



De verdad que hay días —semanas, meses y hasta años, porque esto no es de ahora, sino que se viene gestando desde hace bastante tiempo— en que a uno le cuesta especialmente no caer en la tentación...

Me cuesta no caer en la tentación de explicarle a uno o varios señores de la Generalitat de Cataluña la diferencia entre legalidad jurídica —toda legalidad tiene que ser jurídica— y legitimidad democrática (que no legalidad). Las leyes están para cumplirlas. Todos, sin excepción. No se puede uno ir amparando en unas leyes para llamar a la desobediencia de otras leyes. Ése no es el camino.

Como tampoco es el camino —segunda tentación— que los padres se unan a una huelga de estudiantes y luego quieran desligarse de los desmanes, vandalismos y ataques injustificables que hacen algunos aprovechando el momento. Me cuesta en este caso resistirme a la tentación de explicarles el origen del concepto de huelga, pero es que ni padres ni alumnos son asalariados de la Enseñanza para poder llamar a esas cosas “huelga”...

Me cuesta también vencer la tentación de decirles a convocantes, agitadores y gente que aplaude, que los disturbios no son siempre cosa de exaltados aislados o de policías disfrazados. Que la exaltación se contagia de forma exponencial al número de personas y de soflamas incendiarias y viscerales. Me cuesta no decirles que el clima que están logrando ni beneficia a nadie, ni nos lleva a nada bueno. Me cuesta no señalarles con el dedo y hacerles responsables de lo que pasa y de lo que pase.

Me cuesta no caer en la tentación de decirle a las confederaciones de empresarios que, aunque puede que tengan razón, que hay demasiados empleados públicos y que, posiblemente el estatus de funcionario no debería ser vitalicio, no son ellos nadie para exigirlo mientras sigan cobrando subvenciones del Estado que les convierten —de alguna manera— en empleados públicos. Tampoco los sindicatos —que apenas se financian por las cuotas de sus afiliados— deberían sentar cátedra en este asunto.

Me cuesta no caer en la tentación de llamarnos a todos —salvo contadas excepciones— “hipócritas, sepulcros blanqueados”, porque solo saltamos cuando nos tocan, porque somos profundamente egoístas, porque solo exigimos soluciones y hemos olvidado la pregunta “¿qué puedo hacer yo para solucionarlo?”...

No es fácil no caer en la tentación, no... No les pido la absolución, pero perdónenme, porque he pecado.


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