Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 10 de junio de 2011

Indignación justificada


Hoy cuando escribo —9 de junio de 2011— sí encuentro verdaderas razones para indignarse. Y mucho. Lo cierto es que muchas personas comienzan a estar indignadas las unas con las otras... ¡Mala cosa! No porque no existan motivos, sino porque a este paso terminaremos a guantazos.

Pero a lo que iba.

Esta mañana un grupo de “indignados” ha pretendido boicotear la constitución de las Cortes Valencianas surgidas tras la celebración de elecciones absolutamente democráticas el pasado 22 de mayo. La Policía Nacional ha tenido que emplear la violencia para impedirles el acceso y disolverles.


Primer motivo de indignación: intentar violentar la voluntad popular. Ningún “indignado” me representa. No les he dado permiso para hacerlo. Son los que son y ni uno sólo más. Que dejen de hablar en nombre de la sociedad, porque la sociedad ya habló el 22 de mayo. Hemos votado y el voto o no voto es lo único que representa fielmente nuestra voluntad política. Por eso me indigna que ciertas personas pretendan boicotear la constitución de un parlamento, porque lo que realmente quieren hacer es violentar y contradecir la voluntad mayoritaria de un pueblo expresada en las urnas. Aceptar el resultado electoral es la segunda parte más importante de todo proceso democrático. Me guste o no, el vencedor es mi presidente.

¿Quiere decir que después de unas elecciones hay que estar callado hasta las siguientes? No. Cualquiera puede expresar su malestar. Pero lo manifiesta y se va a casa, sin boicotear, sin intimidar y sin coaccionar al resto de ciudadanos, que ya habrán escuchado sus reivindicaciones y, cuando llegue el momento, las tendrán en la consideración que estimen oportuna.

Por estas mismas razones, me indignan los pactos post-electorales que alejan del gobierno a los candidatos más votados, sean éstos del signo que sean. Quienes así actúan engañan, manipulan y violentan la voluntad popular y, con ello, la democracia. Y que no me vengan con afinidades de votantes y programas, porque la experiencia nos ha demostrado que, en la mayoría de los casos, se pacta con quien haga falta para que otro no gobierne. Que se presenten juntos: los pactos antes y no después, para que todo el mundo sepa lo que vota realmente. Las políticas “anti” nunca son constructivas.

Pero decía al principio que habían razones para indignarse. En plural.

Segundo motivo de indignación. Medios de comunicación y diputados que ponen el grito en el cielo porque el nuevo presidente de les Corts Valencianes —católico declarado— ha colocado sobre su mesa un crucifijo. Aclaro: que es suyo, que no se ha comprado con dinero público.

Miren... Estoy hasta las narices de estas chorradas. De aconfesionalidad, de laicidad y de laicismo. De derechos públicos y privados.

Primero, somos personas únicas y no podemos partirnos en público y privado. Los cristianos sabemos que antes que nada somos Hijos de Dios, después cristianos, y después todo lo demás. Las cosas irían mucho mejor en este mundo si así lo hiciéramos. La libertad religiosa no puede quedar relegada a la esfera de lo privado, como pretenden algunos. La religión —al menos la católica— no es una ideología, una opinión, una filosofía o una creencia. Las religiones tienen componentes de comportamiento social que —necesariamente— trascienden a la esfera pública. No se puede ser cristiano sólo en lo oculto y lo privado porque amar al otro implica “saltar” ese límite. No puedo amar en lo privado, porque amar me lleva al voluntariado, a la acción caritativa y social, a manifestar alegría e público, ... Y no puedo separar de mi vida lo cristiano de lo no cristiano, porque yo sólo soy “una” persona, no dos.

En lugar de escandalizarse y molestarse por un símbolo —y no de otros— deberíamos partir del respeto y la libertad de cada uno a manifestar —o no hacerlo— en cualquier momento o lugar nuestra fe, de la misma manera que podemos manifestar nuestra opinión sobre cualquier cosa. Nadie debería molestarse por eso.

Poner una cruz sobre una mesa no es una falta de respeto a nadie. Esa persona que estuvo clavada en la Cruz nos amó y nos ama. Incluso aquéllos a los que les molesta el símbolo y lo atacan, son amados por Dios. D verdad, ¿tiene sentido molestarse por ser amado, sin contraprestación ni exigencia a cambio?

Y mientras ese crucifijo traerá cola —tercer motivo de indignación— me entero que en la capilla del Hospital Clínico de Valencia jóvenes católicos tienen que montar turnos de guardia para impedir que unos individuos —la mar de aconfesionales, laicistas, tolerantes y democráticos— entren a hurtadillas, defequen en los rincones y arranquen páginas de los libros sagrados para limpiarse sus partes.

Me indignan estos comportamientos. Y los de los responsables del Hospital. Y los de los medios de comunicación que ni lo nombran o desvirtuarán el verdadero sentido de tales acciones.

Cuando alguien coloca un crucifijo en lugar visible no lo hace para molestar a nadie. Del que va a aliviar sus intestinos a un lugar sagrado creo que no puede decirse lo mismo. Crucifijos, no; residuos orgánicos humanos (he estado tentado de decirlo sólo con una palabra, ya saben cuál), sí.

Y de la utilización innecesariamente irreverente de símbolos religiosos —anuncio del Valencia, C.F.— mejor ni hablo. Porque aunque no hubiera intención como en estos señores que van plantando “pinos” en lugares inadecuados, se pueden buscar otras imágenes que nos ahorren una falta de respeto innecesaria. Quizá no fuera muy grave, pero sí innecesario. Pero opinar esto también será integrismo intolerante.

Así nos va. Indignados...

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