Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 15 de abril de 2011

Lo que hace el olvido


Hace unos meses saltó en una entrevista D. Felipe González —que fue presidente del Gobierno entre 1982 y 1996, por si alguien lo ha olvidado, que de eso va este post— diciendo literalmente que en estos momentos se sentía “más querido por la gente”, que ya  “se ha olvidado de las barbaridades que hice”. No tengo mucho tiempo para extenderme, pero permítame unas puntualizaciones rápidas a su argumento, D. Felipe...

Mire usted, oiga, como dice un amigo mío: la gente no existe. Se trata de una generalización engañosa que recuerda y entronca con ideologías donde la persona individual y diferenciada se confunde con una masa informe, sometiéndola a la dictadura de la opinión públicada (más que pública, porque la persona individual cada vez toma menos parte en su formación). Empezando por ahí, su frase no me gusta y además es falsa: supongo que hay un montón (número, no masa) de personas que no le quieren a usted ahora más que antes. Seguro que los hay indiferentes o que incluso le valoran menos.


Pero la segunda parte de su argumento es para tomar apuntes. Ya dice el dicho que el tiempo todo lo cura. También, que lo peor hace bueno lo malo. O quizá el sentido de su frase es un consuelo para gobernante actuales “incomprendidos”, cuyas “hazañas” serán olvidadas por el tiempo como fueron las suyas... O eso es lo que usted cree.

Permítame enlazar su frase —D. Felipe— con el pleito judicial que enfrenta a Google con la Agencia Española de Protección de Datos de Carácter Personal —me gusta ponerlo todo, aunque ellos se olviden de hacerlo en sus siglas por centrar correctamente el tema— y la judicatura española.

Defiende la Agencia la existencia del “derecho al olvido”, de tal manera que cualquier persona puede pedirle al popular buscador en Internet (Google, por si lo han olvidado), que borre enlaces que se relacionen con su persona o actividades en el pasado. ¡Qué curioso! Como usted dice, querrán que “la gente” olvide lo que hicieron para que les quieran más...

Miren, D. Felipe, los de la Agencia y algunos jueces: las personas pueden cambiar. Creo firmemente en la conversión, la reconciliación y el perdón. Creo no en segundas oportunidades, sino en setenta veces siete, e incluso más allá. Y creo que todos debemos ser comprensivos y favorecer —y acoger, acompañar y animar— esos cambios vitales si son para bien. Se debe ser humilde y generoso con el perdón... Pero todo esto son dones, no derechos.

Miren ustedes, oigan. Un pueblo que olvida su historia está condenado a repetirla. Y lo mismo puede decirse de una persona: cuando olvidamos nuestro pasado restamos importancia a nuestra necesidad de ser perdonados y a la gratitud por serlo. Hurtamos al otro la posibilidad de donar su perdón y curar el dolor que pudiéramos haberle provocado. Lanzamos el equivocado y diabólico mensaje de que nuestra responsabilidad se diluye con el tiempo o con el espacio. Nos aferramos al espejismo de creer que se pueden borrar partes de nuestra vida como archivos en un disco duro.

¿Derecho al olvido? No, gracias. Ni siquiera al perdón. Como mucho, derecho a pedir perdón y, sobretodo, derecho a convertirse, a cambiar, a mejorar. El perdón se da, se otorga, se regala. Ni se exige, ni se compra, ni se obtiene.

Sinceramente, olvidando, sin reconocer su pasado y sus responsabilidades, difícilmente creo que nadie pueda convertirse, cambiar o mejorar... Como decía Machado, “se hace camino al andar”, pero cuando se anda, o se va de un lugar a otro o se camina en círculos.

Ustedes mismos.

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