Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 8 de abril de 2011

Yo, por mi hija ...


La frase se hizo popular. O la hicieron a base de repetirla... “Yo, por mi hija, mato”.
Incluso los que huimos de cierto tipo de programas y lecturas sabemos a quién pertenece la frase. Ya se encargan los medios de comunicación y sus intereses socioeconómicos de ello. El aislamiento completo es imposible. Ni haciéndose cartujo...

Y eso es un problema (no hacerse cartujo, que a todos nos harían falta momentos de “subir a la montaña” para escuchar más nítida y cercana, sin ecos y distorsiones, la voz de Dios). El problema, repito, es que no somos inmunes a la repetición. No somos impermeables. Los mensajes van calando y nos van cambiando sin que nos demos cuenta. Imperceptiblemente. Muy poco a poco, pero de forma constante.


Lo crudo de la frase, señora mía que se quedó más ancha que larga, no es que fuese ovacionada por el público asistente. Tampoco que las encuestas realizadas a pie de calle —para mayor gloria suya y de la cadena amiga que le paga el sueldo— arrojasen un porcentaje altísimo de personas que le dan la razón. Todo eso son ecos...

Lo triste, señora mía, es que confunde usted al amor con el odio. Por amor, si es necesario, se muere, no se mata.

La muerte del otro nunca puede ser signo de amor. No hablemos de casuística. Aquí no valen debates sobre la legítima defensa. Matar siempre será un mal moral, aunque jurídicamente pueda resultar no punible. Porque matar a otro, ni siquiera judicialmente, deja de ser un delito. Lo que ocurre es que, en ciertos casos y circunstancias especiales, pueden resultar “perdonables” sus consecuencias penales.

Por eso, señora, disculpe... pero no estos de acuerdo. Matar es malo. Y anunciar su intención o la posibilidad, también. Sin eufemismos. Ponga el nombre que usted quiera...

Yo también soy padre. Tengo una hija. Por ella, haría muchas cosas. Sólo le pido a Dios —en realidad le pido muchas más cosas— que, si llegase esa situación, fuese capaz de salvar a mi hija muriendo por ella y nunca matando.

Creo que no podría vivir conmigo mismo si no lo hiciera así.

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