Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 6 de mayo de 2011

Las reglas del juego


Dice D. Santiago Carrillo que "cualquier posición que ponga en cuestión el Estado del Bienestar y el de las Autonomías es una posición política anticonstitucional" y —al menos en un primer vistazo— parece que su argumentación parece tener razón.

Es obvio. Una ley que contradice la Constitución y los principios y derechos que ésta ampara es, por lo pronto, inconstitucional (obsérvese que me resisto a utilizar el prefijo “anti”). Pero es que leyendo entre líneas la frase del dirigente comunista hay algo más que decir al respecto.


La primera consideración estriba en el hecho de considerar la Constitución como un marco inamovible, absoluto y estático. Mire D. Santiago, ninguna ley humana es así y una constitución no es una excepción. No están hechos los hombres para las leyes, sino al revés y —políticamente hablando— si un pueblo decide cambiar democráticamente las reglas del juego en que basa su convivencia e identidad, ¿por qué no puede hacerlo?

Puede que el pueblo se equivoque. A fin de cuentas, mayoría no es garantía de verdad, ética o justicia. Jamás lo ha sido. Pero creo sinceramente que todos debemos jugar con la misma baraja y al mismo juego y creo —al contrario que usted— y sé —porque su propio articulado lo ha previsto— que precisamente nuestra Constitución ampara la posibilidad de propuestas políticas tendentes a su modificación, y que ésta puede afectar a cualquier tema.

Porque, Sr. Carrillo, segunda consideración. Se comporta usted como un tahúr que quiere jugar con cartas marcadas si pretende delimitar qué cuestiones son intocables y cuáles no en nuestra Carta Magna. Resulta curioso que depende del momento y de quién propone, se pueda plantear modificar la ley de sucesión o, incluso, avanzar hacia un estado federal, pero no retroceder hacia uno regional. ¿No decía alguien de izquierdas que todo puede hablarse? Pues eso, D. Santiago: todo es todo.

Pero hay algo mucho más grave en todo esto, porque ya ha calado en el consciente (antes lo hizo en el subconsciente) colectivo. La propia palabra constitución llama al equívoco.

Mire, D. Santiago, la Constitución es una herramienta que nos dimos a nosotros mismos. Sólo eso. No nos creó. Ni como personas, ni como pueblo, ni como nación o estado. Existíamos antes que ella y seguiremos existiendo después de ella. Tampoco nos concedió derechos. Como mucho, nos dotó de un marco legal para exigírselos al Estado que, por cierto, tampoco nos los ha regalado. Los derechos fundamentales reconocidos en la Constitución son previos a ella. Son innatos al ser humano, a su dignidad.

Estoy convencido, D. Santiago, que la sociedad sería de otra manera si reclamara y recuperara para sí lo que siempre fue suyo y nunca debió dejar de serlo.

Ningún poder humano —democrático o no— nos ha dado la libertad o la vida. Básicamente, porque nunca fueron suyas. Ya sabe lo que dice un principio jurídica general: nadie puede dar lo que no es suyo.

Pues eso...

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