Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 7 de octubre de 2011

La muerte es difícil, Señor


No es rebeldía, ni desconfianza. Tú lo sabes. A veces nos gustaría entender. Al menos, a mí. Hemos asimilado esa falacia que afirma que todo está al alcance —o lo estará con el tiempo— de nuestra razón, y olvidamos que la vida sigue siendo un misterio. Que Tú mismo lo eres, Señor. Que hay cosas que escapan a nuestra comprensión.

Hoy tengo demasiadas preguntas y pocas respuestas. Demasiadas quejas y lamentos en la cabeza y en el corazón. Quizá hasta una pizca de osado atrevimiento. Porque, Señor, ¿no te equivocas nunca?

Sí. Ya sé que no. Sabes que lo creo. Y sé que los hombres tendemos a hacer recaer sobre tus espaldas lo que simplemente no es culpa tuya y sólo es fruto de nuestros propios actos o de las leyes de la naturaleza.


Pero fuiste Tú quien pusiste esas leyes en el interior de cada cosa, de cada ser. Ya sé que la ley de la gravedad no es directamente obra tuya, sino consecuencia de tu creación. O al menos así lo entiendo. ¡Pero tienes poder sobre ella! ¡Tú lo puedes todo!

Ya sé que la Ley que imprimiste en cada una de tus criaturas es el amor, la bondad y la belleza. Aunque reconocerás que algún bicho no te salió muy “guapo”, al menos desde mi punto de vista.

Y sé que la naturaleza tiene su curso, sus reglas, sus tiempos. Que ni esos tiempos, ni los nuestros, son los tuyos... Pero, Señor, ¿no crees que a veces podías hacer alguna excepción? ¿No te parece que, de vez en cuando podías sincronizar tu reloj al nuestro, para que pudiéramos entenderte mejor, seguirte mejor, amarte mejor?

Lo hiciste, ya lo sé. Te encarnaste para hacer coincidir tu tiempo con el nuestro. Aunque quizá fue al revés. Probablemente sea más correcta esta segunda opción. A veces creo que me caliento demasiado la cabeza...

Pero es que me cuesta entender cuál es el sentido de la muerte natural e inesperada de un niño en su cuna durante la noche. Lo siento, pero no alcanzo a captar el mensaje. Sé que no lo es, pues no cabe en tu corazón, pero roza la crueldad. En otros casos, aunque duela y fastidie, aún puedo encontrar alguna enseñanza, algún sentido. Pero en el caso de ese niño que prácticamente no ha adquirido conciencia ni de su existencia...

Otro ejemplo: un hombre trabaja toda su vida y, cuando se acerca su jubilación y se ha preparado un lugar para el descanso y sacarle jugo a los frutos de su trabajo, un cáncer acaba con todo. Ya sé: no acumuléis tesoros en la tierra, y estad preparados porque no sabéis a qué hora llega... Ya sé que hasta el peor asiento de la última fila en el Reino de los Cielos será mejor que la más opulenta de las moradas en esta vida terrena. Pero no deja de ser injusto. Al menos a los ojos de los hombres.

O el caso de aquel novio que, almorzando la víspera de la boda con sus hermanos, sufre un infarto y muere. ¿No podías, Señor, haber pensado en la novia? Ya sé que todo tiene un sentido. Que no eres Tú quien mata, sino la naturaleza. Que incluso hasta el dolor y el sufrimiento más intenso puede ser una oportunidad para encontrarte y amarte... Pero Tú mismo te compadeciste del dolor por la pérdida del hijo de aquella viuda. ¿Por qué no esta vez? ¿Por qué no siempre?

Sabemos de la vida eterna. Que la muerte es sólo un tránsito que nos une a Ti y nos libera de todo lo que ahora nos impide alcanzar la felicidad absoluta, que eres Tú. Así lo has querido. Pagaste el precio de entregar a tu Hijo —que eres Tú mismo— por ello. Pero ante una muerte concreta es complicado asimilarlo. Y de nada sirve haber tenido tiempo o no para prepararse. Y no hablo de la propia muerte, sino de la de un ser querido o admirado.

¿Por qué no unos años más? Un poco más. Los genios no deberían morir. Ni los santos. O, al menos, no tan pronto. No tan pronto. No cuando todavía tienen tanto que ofrecernos. No cuando todavía nos parecen tan necesarios. ¿Por qué con tanto dolor? Un poco menos y no pasaría nada. ¿Por qué la degradación, el deterioro, la pérdida lenta y dolorosa? Hay muertes incomprensibles o inesperadas. Otras, no deseadas, o injustas a los ojos humanos. Hay muertes necesarias o convenientes que ponen fin al dolor...

Todo es oportunidad y tiene sentido, a tus ojos, Señor. Pero es que nos cuesta mirar con esos ojos. Nos hiciste a tu imagen y semejanza, pero no somos Tú. Ni tenemos tus ojos. Ni tu perspectiva. Ni tu visión.

La fe es la única respuesta, lo sé. Ante la muerte sólo queda la esperanza.

La muerte nos acerca. No nos arrebata a las personas, sino que nos une más a ellas. Incluso el más alejado al que nunca conocimos, una vez muerto y junto a Ti, Señor, está más cerca de nosotros de lo que podamos imaginar: en la Eucarístía y en cada sacramento; en la oración y en cada momento de encuentro contigo.

No tenemos certeza de cómo será el Cielo. Ni de que —personalmente— me vayas a aceptar en tu seno, Señor. Pero si así fuera, ni te imaginas —es un decir, obviamente— cómo disfrutaré al estrechar la mano de Leonardo, al abrazar a Miguel Angel por hacerme llorar ante la Piedad, al mostrarle algunas canciones —aunque se reirá de mí, sin duda— a Mozart, al hablar de cine con Kubrick, o al comentar lo último en tecnología con Steve Jobs...

Señor, Tú eres dueño de nuestras vidas. Tú has vencido a la muerte, despojándola de todo sentido de final o fracaso, de pérdida irreparable. Pero, en algunos casos, no me negarás que es difícil aceptar que ha llegado el momento para algunas personas...

Sabes que no es rebeldía, ni desconfianza. Dejémoslo en desconocimiento y quizá un poco de arrogancia, pero estoy seguro que no te enfadarás demasiado si te digo que, algunas veces, cuando te llevas a alguien, no siempre estoy de acuerdo. Aún así confío en que sabes lo que haces. Tú lo sabes.

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