Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 25 de noviembre de 2011

Lo que nunca debimos hacer


Llegaron las vacas flacas. Durante un tiempo fueron negadas por unos y pintadas con tintes catastróficos por otros. Desgraciadamente, con el paso del tiempo, parece que la realidad se ha empeñado en dar más la razón a estos últimos que a los primeros. Y probablemente aún vamos a ver cosas peores. ¡Ojalá, no!

El caso es que todo son recortes. En realidad, no hay dinero. El caso es que alguien debe tenerlo y no son los mercados ni los especuladores, porque esos no trabajan con billetes o monedas, sino con cifras en una pantalla. O alguien lo tiene escondido —el dinero— o se han dedicado, literalmente, a quemarlo, a destruirlo. Pero no es de esto de lo que quiero hablarles.


La mayor parte de organizaciones —con o sin ánimo de lucro— que desempeñaban su labor en el ámbito de lo social se quejan de lo mismo: las instituciones públicas no pagan desde hace meses (o años), y la empresa privada ya no aporta lo que aportaba. Algunas se han quedado ya en el camino. Otras están a punto de hacerlo. La crisis ha puesto en quiebra este sistema, pero las razones de fondo ya estaban inoculadas dentro, las habíamos asumido y aceptado y ahora pasa lo que pasa...

Más allá de los culpables de esta crisis —y no creo que nadie pueda lanzar la primera piedra— y de la obligación de los poderes públicos de salvaguardar y proteger a los más débiles existe un hecho innegable. La solidaridad —forma reductiva y laica de lo que los cristianos siempre habíamos llamado caridad— no puede legislarse. Debe nacer del corazón de cada uno.

La acción social debería basarse en la generosidad económica de unos con otros y en el ofrecimiento de tiempo gratuito de los profesionales en cada caso. Quizá escueza, pero no me malinterpreten: en mi opinión es más efectivo y responde mejor a los valores cristianos la situación de un médico que dedica dos horas extras de su jornada sin cobrar a atender a los más necesitados en un pequeño local, que ese mismo médico con jornada laboral completa y sueldo a cargo de una institución benéfica que se financia de subvenciones del Estado.

Ahora tiene difícil remedio, pero lo hemos consentido todos. Hemos creado puestos de trabajo a costa de las necesidades sociales. hemos contratado a los voluntarios de antaño. Y encima, lo hemos hecho con dinero público: nos hemos olvidado de que si eso era lo que queríamos, deberíamos ser nosotros quienes lo pagásemos directamente.

Quizá alguien me diga que el dinero público es de todos y que las subvenciones las pagamos todos. Y tiene razón. Pero pagar impuestos no es forma de ejercer la caridad. Ni es generosidad. Ni solidaridad. Al contrario, es olvido, dejación de responsabilidad, delegación irresponsable.

Probablemente el modelo económico necesite una reforma. Quizá muy profunda. A lo mejor, tanto que hasta resulte irreconocible. Pero puede que el modelo socio-caritativo también. No por culpa de la crisis, que a fin de cuentas puede que haya servido para abrirnos los ojos.

Creo que debemos recuperar la gratuidad. La del voluntario. La del profesional. La del cooperante. La del gestor. La del corazón generoso.

Si una institución pública nos debe 6.000 euros de una subvención, más que una carta pública de reclamación en los medios de comunicación, propongo que 60 personas donemos 100 euros cada una. La cosa está muy mal, pero seamos sinceros: todavía somos bastantes los que podríamos renunciar a algún capricho pequeño para poner esa cantidad encima de la mesa.

Disculpen, pero es lo que pienso...

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