Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 22 de junio de 2012

Disculpe, pero necesito pensarlo


Hoy me van a perdonar si más que un “disculpe, pero no” es un “disculpe, pero necesito pensarlo, porque es que no termino de tenerlo claro”. Ya sé que un título así es un poco más largo y menos impactante. Llevo ya varias semanas dándole vueltas. Así de espinosos son los temas que quiero proponerles para que reflexionemos juntos, que en el fondo, es de lo que se trata. Yo, en voz escrita, y ustedes con oídos lectores. Verán cómo, de alguna manera, todos están relacionados.

Comenzaremos con Italia. En el segundo de los terremotos que afectó al país el pasado mes de mayo falleció un sacerdote, en la localidad de Revoreto, mientras inspeccionaba junto a dos bomberos los daños en su iglesia y trataba de recuperar una imagen de la Virgen, muy querida por sus feligreses. Una réplica inesperada hizo que se desplomase una viga sobre Iván Martini, nombre del fallecido. Y a mí me asalta la duda: ¿ese sacrificio valía la pena? ¿Recuperar la imagen de la Virgen, por muy venerada y querida que ésta fuera, valía la vida de un hombre de Dios?

A priori les diré que soy de los que piensan que no existe ni una sola causa en el mundo por la que merezca la pena matar, y probablemente sólo una —con diferentes variables— por la que valga la pena morir.

Es que si fuera el Santísimo... Pero ¿un cuadro? Aunque sea de la Virgen... A veces me parece que rozamos la idolatría. Es a la Virgen a la que veneramos, no a su imagen, o a su escultura, ¿no? ¿Qué es objetivamente más importante? ¿Una vida, o un cuadro? Y sin embargo, la intención también debe tenerse en cuenta. Arriesgar la vida —y en este caso, incluso perderla— por amor a la Madre de Dios, ¿no es una prueba de ese amor? ¿No es eso lo que hizo el sacerdote?

Complicado, ¿verdad? Pues el segundo tema tampoco es sencillo...

Los feligreses de una parroquia de moderna erección han estado durante cinco años donando joyas y piezas de valor para fabricar una custodia con la que procesionar con el Santísimo Sacramento. Plata, oro, topacios, perlas y aguamarinas, con la intención de dignificar a Jesucristo presente realmente en la Eucaristía.

Está claro. Recuerden el episodio de aquella mujer rociando perfume sobre los pies del Señor y secándolos con sus propios cabellos. Nada que objetar a la intención. Demasiadas veces obviamos la presencia real de Cristo en la Eucaristía y la reducimos a mero acto simbólico. Es el mismo Señor...

Pero con la crisis que estamos padeciendo, con las necesidades de miles de personas a nuestro alrededor (y no hace falta que miren muy lejos), no me digan que leer estas noticias no duelen o, al menos, hacen que pienses en que quizá se puede dignificar a Dios con menos dinero en joyas y más en obras de caridad...

El amor a Dios de estos feligreses es innegable. Pero tampoco se podría negar ese amor si con esas joyas se hubieran comprado alimentos para Cáritas. Si de verdad nos creemos —y yo lo creo— que es Dios mismo el que está presente sacramentado en esa forma consagrada, nada sería demasiado. Pero aquí está la pregunta, puede que hasta diabólica: ¿se ama más a Dios construyendo una custodia, o repartiendo ese dinero entre los pobres? ¡De verdad que no tengo una única respuesta!

¿Captan las dudas de las que les hablaba al principio?

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