Un blog para la crítica respetuosa, que deja lo políticamente correcto a un lado y que denuncia y pone el acento en oponerse a aquellas actitudes y opiniones que, a juicio de su autor, no respetan la dignidad y los valores humanos. Las personas siempre son dignas de todo respeto; las opiniones, no.

viernes, 30 de marzo de 2012

Los fracasos de la huelga


No se engañen por el título, porque no dice exactamente lo que parece decir, sino algo muchísimo peor...

A estas alturas habrá quien estará convencido del éxito o del fracaso de la huelga, y nada ni nadie va a hacerles cambiar de opinión. Los datos, los testimonios cercanos y lejanos, la propia experiencia... Todo está ahí para quien quiera verlo. Ni voy a intentarlo.

Pero independientemente de quién ganó el pulso, si los sindicatos o el Gobierno, de quién interpreta los datos y qué datos, lo cierto es que toda huelga —y las generales más— son síntomas, escenificaciones y fuentes de fracasos. Viejos y nuevos.

El primero de ellos es el de la voluntad de diálogo. Dos no discuten si uno no quiere. Llegar a una huelga significa que, en mayor o menor medida, ninguna de las partes quisieron ceder para llegar a un acuerdo. En algún momento —con razón o sin ella— alguien se paró y trazó una línea que convirtió en dogma infranqueable. A partir de ahí el diálogo es inútil o desaparece.

Pero es que, además, como consecuencia de ese primer fracaso, viene el segundo: la coacción. Por definición, una huelga pretende presionar —bonito y elegante verbo, que en este caso se puede traducir por coaccionar— a la otra parte para que ceda en sus posiciones. Ni más, ni menos. Unos amenazan y otros presionan. Así de simple. así de triste. Y así de fracaso social, porque la forma más común de presión es la toma de rehenes. ¿No se han sentido nunca moneda de cambio en huelgas y manifestaciones?

He aquí, pues, nuevas derrotas, nuevos fiascos. El fracaso —en forma de descrédito para los sindicatos convocantes— que significa que los que quieren en esa jornada seguir trabajando se vean insultados, empujados, y obligados a hacerlo a puerta cerrada y con la boca pequeña por miedo a altercados e incidentes. ¿Que los sindicatos o sus piquetes informativos amedrenten a una parte de la población no es un fracaso? ¿No merece una reflexión? Y que aquéllos que no quieren participar en la huelga no tengan el valor de decirlo y hacerlo abiertamente, dejándose dominar por el miedo, ¿no es otra decepción?

En la sociedad de la información —prensa, radio, televisión, internet— hablar de piquetes informativos parece una broma de mal gusto y, si me lo permiten, sin demasiada gracia. En la práctica, son piquetes “acojonativos” —perdonen la vulgaridad— para impedir o dificultar el acceso al trabajo de quien no secunda la huelga, o “excusativos” —otra palabra inventada, vuelvan a excusarme— para aquéllos que querrían pero no se atreven a hacer huelga por miedo a las represalias del jefe. En realidad, ésta sería la única razón que encuentro para justificar los piquetes, pero eso no deja de ser un nuevo desengaño: la falta de valor de las personas, que sólo aparece cuando se convierten en “masa”.

¿Les parecen pocos chascos? Pues aún hay más. Daños y destrozos de los que nadie se hará responsable y que pagaremos entre todos —en el caso de bienes públicos— o los particulares, contra los que no iba dirigida la huelga. Y es que una huelga en una empresa o sector puede que tenga algún sentido, pero una general —que siempre es política y contra el Gobierno— siempre carga el peso y sus consecuencias en las espaldas que no tocan. ¿Acaso el dueño de una cafetería —ahora destrozada— tiene algo que ver, alguna responsabilidad, en la reforma laboral o en la política económica? ¿Nos hemos vuelto locos? ¿Nos hemos perdido el respeto? ¿Estar en huelga lo justifica todo, lo avala todo, lo disculpa todo? En lugar de una huelga general, ¿no es más barata e igual de efectiva —a nivel político— una manifestación? ¿No se han dado cuenta de que hubo más gente recorriendo las calles que secundando la huelga?

Pero no pasa nada. Nadamos en la abundancia. Nos sobra el dinero. Todo esto es una conspiración de banqueros y de clubes de millonarios selectos. ¿Cómo pueden existir mentes educadas y razonables que puedan seguir creyendo en teorías conspiranoicas? Y en cuanto a los daños en bienes particulares, pues nada: son colaterales. En las guerras siempre hay víctimas civiles...

Y aquí está el meollo de la cuestión y la escenificación del gran fracaso social al que casi no me atrevo a ponerle nombre porque es la suma de demasiados: egoísmo, insolidaridad, desunión, violencia, resentimiento, odio, ... Hagan la lista tan larga como deseen. El gran fracaso de una huelga, de cualquier huelga, está en su origen, en el concepto que subyace tras ella. Un concepto también con muchos nombres: lucha de clases, desconfianza social, dogmatismo, ...

Que desconfiemos unos de otros puede tener, desgraciadamente más de una vez, bases ciertas porque cada uno “va a la suya” y vela por sus propios intereses. Pero que creamos que el otro hace lo que hace por fastidiarnos y hacernos daño es patológico... o diabólico.

El recurso a la coacción —más o menos violenta, más o menos justificada y justificable— es el fracaso de toda una sociedad que ha perdido la esperanza y la voluntad de salir juntos, de superar unidos, cualquier problema. Es el fracaso de una sociedad que se ha entronizado en la desconfianza mutua, en el recelo al otro, en la crispación visceral e ideológica, en el odio, en la xenofobia “de clase” y “de género”. Es el fracaso de una sociedad que ha renunciado a serlo y ha apostado por convertirse en jungla donde sólo sobreviven los más fuertes o los que están en disposición jurídica de hacerlo. Literalmente. Es una sociedad de animales que dejaron de ser humanos y que, poco a poco van desprendiéndose de los restos de humanidad que les quedan. Es una sociedad decidida a matar y/o suicidarse.

¿Ha sido o no un fracaso la huelga general?

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